Es difícil pensar en ser discípulo de Jesús y no mirarle a los ojos y preguntarle a Él, ¿Cómo puedo seguirte hoy? ¿Cómo ser testigo resucitado del Resucitado?
La respuesta difícilmente vendrá desde la mera intelectualidad, es fundamental que el corazón ocupe su lugar. El discípulo lo es porque opta con su corazón "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón..."
Seguir a Jesús individualmente es tarea ardua y difícil, el Espíritu impulsa a ejercer el discipulado en comunidad de hermanas y hermanos. El mejor modo de ir buscando respuestas a las preguntas es desde el seno de la comunidad de hermanas y hermanos.
Otra clave fundamental a la hora de buscar vivir el discipulado: colocar en el centro de nuestra existencia aquellos a quienes Jesús colocó en el centro de la suya. Pobres, marginados, excluidos.
Ser discípulo hoy nos supone capaces de generar preguntas sobre el devenir de nuestra existencia en confrontación con la existencia de Cristo el Señor, haciendo un camino común con el resto de hermanas y hermanos, reconociendo que sólo Dios y los pobres pueden ocupar el centro de nuestra existencia.
Ser discípulos significa ser gente de esperanza, constructor de comunidades de esperanza en un mundo donde las opciones suelen reducirse a un optimismo limitado o a un pesimismo sin límites. Para ello debemos entrar en el sepulcro desde el que Jesús nos habla sobre la esperanza.
Ser discípulos significa ser gente de esperanza, constructor de comunidades de esperanza en un mundo donde las opciones suelen reducirse a un optimismo limitado o a un pesimismo sin límites. Para ello debemos entrar en el sepulcro desde el que Jesús nos habla sobre la esperanza.
La desesperación en las relaciones personales se hace cada vez más visible. Todos luchamos contra la soledad. Nos sentimos desvinculados. Parece como si careciéramos de hogar, y lo buscamos en el matrimonio, en la amistad, en la comunidad. Angustiados, buscamos un sentido de pertenencia, de arraigo, de solidaridad. Esta ansia de aceptación se expresa muy a menudo de manera violenta. «Ámame, por favor», decimos, «no puedo vivir sin ti. Tienes que calmar mi necesidad. Tienes que llenar ese doloroso vacío con el que ya no puedo vivir».
«Somos seres rotos e inseguros. Pero somos abrazados por aquel que nos dice: "No temáis, yo os he amado primero. Y en mí encontraréis seguridad"».
Jesús dice «no» a la muerte. Podemos verlo cuando camina con sus discípulos a Emaús: dice «sí» a la vida. Habla sobre la vida en un momento en que la atención de sus discípulos está fija en la muerte. Estamos llamados a decir «no» a la muerte en todo momento, llamados a ser discípulos testigos de esperanza dentro de las comunidades parroquiales.