Desde Japón,
donde nos encontramos concluyendo la visita fraterna, deseo unirme a todas
ustedes hermanas y hermanos, en el recuerdo gozoso y agradecido de Maestra
Assunta.
Conservo en el
corazón, como gran privilegio, los varios encuentros con ella. Y no sólo
aquellos de los años cuando estaba en perfecto estado físico y mental.
Recuerdo con
especial emoción, pero también con alegría, una tarde, en la Casa Alberione de
Albano, donde contaba a las hermanas de una visita fraterna apenas terminada en
un país lejano. Hablaba del fervor de las hermanas, de las numerosas y
creativas iniciativas apostólicas…
Maestra
Assunta estaba en primera fila, con los ojos brillantes. De vez en cuando me
interrumpía con una pregunta: «¿Pero las Hijas hacen todo lo posible para
difundir el Evangelio?».
Al final del
encuentro me acerqué a Maestra Assunta. Me fijó los ojos y me dijo decidida: «Y
tú, ¿tú qué haces por el Evangelio?».
Maestra
Assunta querida, te recordaré siempre así, y me dejaré inquietar por esta
pregunta que verdaderamente es el corazón de nuestra vocación apostólica.
Nos has dado
mucho, nos has enseñado mucho.
Sé que
continuarás haciéndolo desde los jardines del Paraíso, allá donde ahora estarás
con todos nuestros santos y santas.
A tu
intercesión de apóstol fiel e incansable confío cada Hija de San Pablo, las
jóvenes en formación y las innumerables obras e iniciativas.
Ruego al Señor
que se digne concedernos, como herencia suya, la capacidad de dejarnos
inquietar por las necesidades de la humanidad y la audacia de responder a ellas
con prontitud y entusiasmo.
Gracias
Maestra Assunta, de parte mía y de todas las Hijas de San Pablo y de cada
miembro de la Familia Paulina.
¡Hasta pronto!
Te queremos mucho.
Sor M. Antonieta Bruscato
Superiora
general