En la vida estamos para ser y ser para los demás. No hay mayor felicidad que hacer algo útil por los demás, aunque sea muy sencillo, como una sonrisa, una mano amiga, una palabra esperanzada, un corazón acogedor. Es preciso formar hombres para los demás y con los demás. Para los demás porque no es para sí mismo sino para servir a la humanidad allí donde hay más necesidad con el fin de que se realice «la Mayor Gloria de Dios».
Ser para los demás significa estar en los lugares donde hay personas que no conocen a Dios ni a Jesucristo, para que le conozcan y amen más, donde hay almas pobres con hambre de conocer a Jesús, donde haya persecución por la promoción de la fe y la lucha por la justicia para defender los valores y criterios de Dios: la hermandad entre los hombres, la justicia, la libertad, el amor.
Ser con los demás, trabajando en comunidad con otras personas que desean dar su vida por la implantación del Reinado de Dios en este mundo. Esta es la dimensión más atrayente de la vida religiosa, el deseo de ‘ser para los demás’. No hay un religioso que sea sólo para sí mismo.
¿Cómo es posible ese ser para los demás?, ¿cómo puede el ser humano olvidarse de sí por el otro? Esto tiene que ver con la naturaleza más íntima del hombre, en la cual está impreso el amor, la inclinación natural y desinteresada del hombre hacia el bien, bien propio y bien del otro.
El paso previo de “ser para los demás” es tejer relaciones en la solidaridad entre nosotros. Las primeras comunidades cristianas comprendieron que las exigencias del amor se ven y se hacen realidad en las relaciones cercanas, con los que vivo y estoy. Es así que la comunicación, el encuentro, el diálogo y la solidaridad son los cauces únicos para crear auténticas relaciones, así la persona es aceptada y reconocida por lo que es y no por su color, su lugar de nacimiento o su status social.
Debemos tener presente que todo ser humano lleva en sí mismo dos exigencias: el "ser para" y el "estar con". En el fondo, es la exigencia de una ética: ser para los demás. Pero también de una mística: estar con el otro, con los demás, y, en definitiva, con el Otro. Es la experiencia inefable en la que nos jugamos el ser o no ser que nos acerca o nos aleja del que es nuestra memoria subversiva, nuestra fuerza y nuestra esperanza: Jesús de Nazaret. A Dios no lo encontramos sólo con razones. Porque hombres cargados de razones se han cargado a millones de seres humanos. A Dios lo encontramos en la coherencia ética, que nos humaniza, y desde la experiencia mística, que nos libera de nuestra inhumanidad y nos convierte en seres “para los demás y para el mundo”.
El paso previo de “ser para los demás” es tejer relaciones en la solidaridad entre nosotros. Las primeras comunidades cristianas comprendieron que las exigencias del amor se ven y se hacen realidad en las relaciones cercanas, con los que vivo y estoy. Es así que la comunicación, el encuentro, el diálogo y la solidaridad son los cauces únicos para crear auténticas relaciones, así la persona es aceptada y reconocida por lo que es y no por su color, su lugar de nacimiento o su status social.
Debemos tener presente que todo ser humano lleva en sí mismo dos exigencias: el "ser para" y el "estar con". En el fondo, es la exigencia de una ética: ser para los demás. Pero también de una mística: estar con el otro, con los demás, y, en definitiva, con el Otro. Es la experiencia inefable en la que nos jugamos el ser o no ser que nos acerca o nos aleja del que es nuestra memoria subversiva, nuestra fuerza y nuestra esperanza: Jesús de Nazaret. A Dios no lo encontramos sólo con razones. Porque hombres cargados de razones se han cargado a millones de seres humanos. A Dios lo encontramos en la coherencia ética, que nos humaniza, y desde la experiencia mística, que nos libera de nuestra inhumanidad y nos convierte en seres “para los demás y para el mundo”.