En Abundantes divitiæ el autor enumera, entre los “momentos de mayor gracia”: «primero, la vocación sacerdotal; segundo, la particular orientación de la vida…». Se trata de dos momentos sucesivos de una misma historia vocacional. La “particular” orientación se remonta, como sabemos, a la noche de luz entre el 1900 y el 1901; pero la primera vocación data de un decenio antes, el año escolástico 1890-1891, cuando el pequeño Santiago tenía seis años. «[La maestra Cardona] le interrogó en segundo lugar;reflexionó un poco, luego se sintió iluminado y respondió resuelto, ante la extrañeza de los alumnos: “Quiero ser cura”. Ella le animó y ayudó mucho. Era la primera luz clara; antes había sentido en el fondo del alma cierta tendencia, pero oscuramente…» (AD 9). 17Aquí tenemos en pocos rasgos los trazos esenciales de una vocación claramente percibida: desde los oscuros indicios en la primera infancia, a la luz y la resolución de los seis años (!), y luego el ánimo, la ayuda, el acompañamiento delicado en los años sucesivos.
Años que conocerán crisis devastadoras, como la de los “años turbulentos” de la adolescencia. Para comprender su importancia es necesario leer al trasluz las páginas del “diario” juvenil, que podemos considerar como las Confesiones del joven Alberione. Ahí leemos expresiones dramáticas (cf. SC 10; 93; 94; 101), debidas en parte a la literatura del tiempo pero significativas de un tormento no desdeñable.
Pero, tras la crisis, llega la gran luz carismática de los dieciséis años, en la que el futuro fundador ve indicada “la orientación especial” de su camino para la vida. En esa luz él comprende en perspectiva la verdadera naturaleza de su sacerdocio y las motivaciones y líneas esenciales de la propia misión (cf. AD 13-17).
Así que el P. Alberione experimentó en diez años, de 1890 a 1900, el misterio de la propia vocación como una llamada en dos etapas, una doble gracia: la llamada infantil al sacerdocio y la indicación más circunstanciada y definitiva de su misión específica.De tal vocación nunca dudó, no obstante la crisis; más aún, ésta le sirvió para verificar su autenticidad y para ratificar el modo de superar las dificultades vocacionales: con la absoluta desconfianza de sí y la total confianza en los guías que Dios le puso al lado.Reconsiderando más tarde las propias experiencias juveniles, el P. Alberione concluía: «Todo le sirvió de aprendizaje» (AD 90). Y particularmente en la promoción de las vocaciones («Ya sacerdote, tuve una treintena de sermones para incentivar las ayudas a las vocaciones misioneras»: SP nov. de 1947) y sobre todo en el cuidado vocacional de los jóvenes que el Señor le confió.