San Pablo nos habla de su experiencia de vocación al comienzo de su carta a los Gálatas: "Pero cuando Dios, que me había elegido desde el vientre de mi madre, me llamó por su gracia. Y me dio a conocer a su Hijo para que yo lo anunciara entre los paganos, inmediatamente, sin consultar con nadie, en lugar de ir a Jerusalén a ver a los que eran apóstoles antes que yo, me fui a Arabia y luego volví a Damasco". (Gal. 1, 15-17).
La misión de Pablo
Lucas, en el tercer relato de la vocación ante Herodes Agripa, pone en boca de Pablo la misión a la que el Señor le envía: "Levántate y ponte en pie; que me he aparecido a ti para hacerte ministro y testigo de lo que has visto de mí y de lo que te voy a mostrar. Te voy a librar de tu pueblo y de los paganos, a quienes te enviaré a abrirles los ojos". (Hech. 26, 16-18).
La misión de Pablo
Lucas, en el tercer relato de la vocación ante Herodes Agripa, pone en boca de Pablo la misión a la que el Señor le envía: "Levántate y ponte en pie; que me he aparecido a ti para hacerte ministro y testigo de lo que has visto de mí y de lo que te voy a mostrar. Te voy a librar de tu pueblo y de los paganos, a quienes te enviaré a abrirles los ojos". (Hech. 26, 16-18).
Así que la misión de Pablo está destinada a los gentiles: "para abrirle los ojos a la luz".
Esta experiencia extraordinaria de Cristo Resucitado en Damasco es la que empujó a Pablo a recorrer, en lo sucesivo, el mundo entero, a afrontar peligros y fatigas, para anunciar a Jesucristo. "Todo lo puedo en Aquel que me conforta". (Fil 4, 13). No sólo anunció un mensaje nuevo sino a Cristo Resucitado como tal, pero siempre lo anunció también como el Crucificado. Precisamente en Jesús Crucificado y Resucitado se le manifestó su misterio, el misterio de que el amor de Dios se atreve a entrar hasta en la maldición de la Cruz, para transformar todo cuanto hay en nosotros de frágil, de contradictorio y de limitado. Y en la Cruz de Cristo se manifestó para él la fuerza de Dios que es amor y que llega a su plenitud en nuestra debilidad. Así, para Pablo, la experiencia del Crucificado fue siempre, además, una nueva experiencia de sí mismo y de su fragilidad. Sobre ello escribió repetidamente en la Segunda Carta a los Corintios: "Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros". (2 Cor. 4, 7).
Esta experiencia extraordinaria de Cristo Resucitado en Damasco es la que empujó a Pablo a recorrer, en lo sucesivo, el mundo entero, a afrontar peligros y fatigas, para anunciar a Jesucristo. "Todo lo puedo en Aquel que me conforta". (Fil 4, 13). No sólo anunció un mensaje nuevo sino a Cristo Resucitado como tal, pero siempre lo anunció también como el Crucificado. Precisamente en Jesús Crucificado y Resucitado se le manifestó su misterio, el misterio de que el amor de Dios se atreve a entrar hasta en la maldición de la Cruz, para transformar todo cuanto hay en nosotros de frágil, de contradictorio y de limitado. Y en la Cruz de Cristo se manifestó para él la fuerza de Dios que es amor y que llega a su plenitud en nuestra debilidad. Así, para Pablo, la experiencia del Crucificado fue siempre, además, una nueva experiencia de sí mismo y de su fragilidad. Sobre ello escribió repetidamente en la Segunda Carta a los Corintios: "Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros". (2 Cor. 4, 7).
Señor Resucitado, que el Fuego de tu Amor abrase nuestro corazón como abrasó el corazón de Pablo, concédenos ser testigos de tu belleza y de tu luz en medio de la oscuridad de nuestro mundo.
Fuente: lacasacubaespiritualidad.blogspot.com