La dimensión contemplativa es pieza clave en nuestra vida cristiana. 'Orar' como Jesús, entrar en las entrañas del Padre, movidos por el Espíritu, es piedra angular de nuestro edificio espiritual.
Podemos y debemos trabajar, servir, proclamar la justicia, educar en la paz, sacrificarnos por los demás. Pero todo eso, si actuamos como cristianos e hijos de Dios, ha de estar bañado de presencia de lo divino. Sin esa presencia y gracia, las cosas buenas son siempre buenas, pero les falta el baño del bautismo en Cristo que nos ama y nos salva y nos llama...
Oír la voz del Amado.
La 'escucha' de la palabra, de los signos, de los gestos, de la voz en la nube, del grito del pobre y hambriento y enfermo..., va unido a lo anterior y forma conjunto único. Hay que oír a Dios a la criatura de Dios, a Dios que se encarna y muere y a la conciencia que reclama fidelidad en el deber, a Dios y al que llora su miseria o agradece su paz... Quien escucha sólo lo que quiere y le apetece ése no escucha a Dios y su Palabra sino a sí mismo y sus intereses. El Espíritu dice: óyeme.
Cristo en el alma y el alma en Cristo.
El 'seguimiento' de Cristo es nada menos que un proceso de transformación personal por el cual la criatura pensante y amada va dando los pasos adecuados para que cada día su modo de ser y vivir, sus sentimientos y actitudes, sus criterios de conducta y sus decisiones, le vayan acercando al Corazón de Jesús en sus gozos y sufrimientos, denuncias y animación, fidelidad personal y carga de infidelidades ajenas, voluntad de formar un hombre nuevo y asunción del desprecio de quien tal cosa aborrece...
En el misterio de luz que es la Transfiguración del Señor, la grandeza de su naturaleza divina irrumpe en la naturaleza humana y, a través de su cuerpo, nos indica que la naturaleza humana en Cristo vive con la fuerza de la persona divina que se encarnó. Lo humano y lo divino abrazados en la Verdad, el Amor, la Vida.
Pues algo lejanamente parecido debemos intentar nosotros, manteniendo nuestro valioso ser natural en cuerpo y espíritu. Dejemos que irrumpa en él la gracia y fuerza del Espíritu y nos haga de verdad hijos en el Hijo, Transfigurados en Cristo.
1.- Dios nos amó primero La transfiguración como toda acción de Dios, inicia en Él. Dios es quien tiene siempre la iniciativa, es Dios quien invita. Así lo vemos con Abraham (1ª lectura). Los antiguos judíos sellaban su compromiso sacrificando un animal. En este caso Dios enviando el fuego sella la alianza con Abraham, curioso que el Patriarca cae en un sueño profundo como cuando Dios quiso darle a Adán su compañera.
Dios es el único protagonista de la historia, nosotros somos tan sólo actores. Él tiene la iniciativa, Él elige, Él actúa, Él conduce a cada persona y la historia de la humanidad entera.
Él llama, convoca, invita, de nosotros depende la pronta, generosa y decidida respuesta. Por ello San Pablo en su carta a los Filipenses, rechaza a aquellos que ponen su confianza en la observancia de la Ley y creen que se puede "conquistar la salvación".
La conversión en cambio es buscar humildemente a Dios, en una constante fidelidad, capaz de superar pruebas, obstáculos y dificultades. Es como dice San Pablo "dejarse alcanzar por Él", dejarse poseer, dejarse invadir por Él.
Dios interviene a nuestro favor no obstante nuestras infidelidades, dudas, incertidumbres y debilidades. Son llamados a la conversión no tan sólo los hombres perversos, sino también los conocidos como "buenos"; el encuentro con Cristo tiene que ser un cambio radical de la vida, como lo fue en los que se encontraron en serio con Él: Pedro, Pablo, Andrés, Santiago, María, la Samaritana, etc.
Lo fundamental de esta búsqueda que conocemos como conversión es poner a Cristo en el centro de tu propia vida, del camino personal, que sea principio, fin y meta; que le de valor y significado a todo lo que hacemos, puerto al que dirigimos la barca de nuestra vida.
Su Palabra ilumina nuestra vida, "Lámpara es tu palabra para mis pasos Señor" (Sal 119), su ejemplo, su actitud, sus enseñanzas, sus principios, deben de constituir para cada uno el modelo, ejemplo, ideal, que trato de imitar, realizar y cumplir. Dios nos invita a "ver hacia adentro", a una conversión moral, a ser humildes, reconocer nuestros pecados, arrepentirnos de ellos, cambiar lo que debamos cambiar aunque sea con sacrificio, como en la parábola del publicano y el fariseo (Lc 18, 9-14), se transfiguró el publicano pecador por su humildad y arrepentimiento, y al fariseo su vida "virtuosa manifestó", la idolatría a la que puede llevarnos el "ego", le impidió la conversión, pues estaba centrado en él y no en Dios.
II.- "Invitó a Pedro, Santiago y Juan..." Son los tres apóstoles a los que invita en momentos significativos de la vida de Jesús. Les ha revelado las maravillas de su divinidad (Lc 9,28) y la angustia de su humanidad (Mc 14,33).La transfiguración es un acto de fe, gesto de confianza que Jesús ofrece a sus amigos y que ellos aceptan gozosamente.
Dios se manifiesta siempre en el contexto del amor y de la amistad, y crea primero ese clima y ese marco para poder revelarle la profundidad de sus secretos. Se transfigura contando con el testimonio de tres apóstoles y después de resucitado se presentará a sus amigos. La manifestación de Dios no es una imposición, sino un signo, para que la persona se convierta ya que la conversión sólida es la que se hace por amor y no por fuerza.
Los secretos de Dios, como los del amor, se anuncian después de un período de conocimiento, donación recíproca, reciprocidad de compromiso, que quita cualquier obstáculo.
Es interesante la invitación de Jesús a guardarlo en secreto, así sucede en general con las revelaciones, que se guardan en discreción y silencio, para no violar la intimidad que se ha creado.
El acontecimiento de la transfiguración es anuncio de la Pascua, es el cambio de actitud ante toda la vida, que la Biblia llama la conversión del corazón y que toma su fundamento y origen en la Resurrección del Señor.
La transfiguración, como la resurrección anticipan el mundo renovado, y son preludio de la experiencia definitiva del triunfo de la verdad. Por la Cruz a la Luz.
Vivir este misterio significa que todo debe cambiar porque como decía Saint-Exupéry en "El principito": "Sólo se ve bien con el corazón". Esta es la "inteligencia del amor", por ello "bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8) y para ello debemos hacer una purificación interior del corazón.
La verdad es Jesucristo y la óptica de interpretación de los acontecimientos es la que hacemos a la luz del Evangelio. Vale la pena escuchar a San Pablo: "Por lo tanto vivan según el Espíritu y no busquen satisfacer sus propios malos deseos... siguen los malos deseos los que cometen inmoralidades sexuales, hacen cosas impuras y viciosas, adoran ídolos y practican brujerías. Mantienen odios, discordias y celos. Se enojan fácilmente, causan rivalidades, divisiones y partidismos. Son envidiosos, borrachos, glotones y otras cosas parecidas. Les advierto a ustedes como ya antes lo he hecho que los que así se portan no tendrán parte en el reino de Dios". (Gal 5,16)