sábado, 25 de diciembre de 2010
sábado, 18 de diciembre de 2010
Fin de una experiencia, inicio de un nuevo camino
El Seminario internacional para las Formadoras FSP, realizado en Roma desde el 10 de octubre al 10 de diciembre de 2010, concluyó con una solemne Celebración Eucarística, seguida del canto del Magnificat. Fueron dos meses de intensa actividad, de estudio, de reflexión, de trabajo en grupo y de oración, durante los cuales 32 Hijas de San Pablo − formadoras de pre-postulantado, postulantado y noviciado − provenientes de 19 naciones - pudieron profundizar el itinerario formativo que el beato Santiago Alberione, fundador de la Familia Paulina, propone en el texto Donec formetur Christus in vobis.
Las formadoras elaboraron un Documento final que contiene las líneas prioritarias y pedagógicas, a inserirlas en el proyecto formativo de las diversas circunscripciones. Dichas líneas ayudarán en el acompañamiento de las jóvenes para que asuman y vivan el espíritu del Donec formetur, entrando ya en el pre-postulantado y en el noviciado en el camino de la “cristificación”, con corazón abierto para descubrir la voluntad del Padre que llama y envía «a anunciar las insondables riquezas del misterio de Cristo».
Sor M. Antonieta Bruscato, superiora general, en el encuentro final saludó así a las formadoras: «El Señor, que les ha concedido la gracia de participar a este Seminario haciéndoles gustar mayormente el don y la belleza del carisma paulino, ahora les encarga transmitir a todas las hermanas de sus circunscripciones y comunidades, y sobre todo a las jóvenes, la experiencia vivida. Esto, ciertamente, hará revivir en el corazón de cada una la llama del carisma, la pasión por Dios y por la humanidad».
Fuente: http://www.paoline.org
sábado, 11 de diciembre de 2010
La grandeza de lo pequeño
En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: « Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. »
Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: « ¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron. (Lc. 10. 21-24)
“Yo te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y las revelaste a los pequeños.” Estas palabras encierran un misterio y una paradoja para la lógica humana. Los más grandes acontecimientos de su vida, Cristo no los quiso revelar a quienes, según el mundo, son “los sabios y prudentes”. Él tiene una manera diferente para calificar a los hombres.
Para Dios no existen los instruidos y los iletrados, los fuertes y los débiles, los conocedores y los ignorantes. No busca a las personas más capaces de la tierra para darse a conocer, sino a las más pequeñas, pues sólo estas poseen la única sabiduría que tiene valor: la humildad.
Las almas humildes son aquellas que saben descubrir la mano amorosa de Dios en todos los momentos de su vida, y que con amor y resignación se abandonan con todas sus fuerzas a la Providencia divina, conscientes de que son hijos amados de Dios y que jamás se verán defraudadas por Él. La humildad es la llave maestra que abre la puerta de los secretos de Dios. Es la gran ciencia que nos permite conocerle y amarle como Padre, como Hermano, como Amigo.
El adviento es tiempo de preparación, un momento fuerte de ajuste en nuestras vidas. Esforcémonos, pues, por ser almas sencillas, almas humildes que sean la alegría y la recreación de Dios. Cristo niño volverá a nacer en medio de la más profunda humildad como lo hiciera hace más de dos mil años. Un par de peregrinos tocarán a la puerta de nuestro corazón pidiendo un lugar para que el Hijo de Dios pueda nacer. ¿Cómo podremos negarle nuestro corazón a Dios, que nos pide un corazón humilde y sencillo en el cual pueda nacer?
“Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven, porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron, y oír lo que oyen, y no lo oyeron.”
“Yo te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y las revelaste a los pequeños.” Estas palabras encierran un misterio y una paradoja para la lógica humana. Los más grandes acontecimientos de su vida, Cristo no los quiso revelar a quienes, según el mundo, son “los sabios y prudentes”. Él tiene una manera diferente para calificar a los hombres.
Para Dios no existen los instruidos y los iletrados, los fuertes y los débiles, los conocedores y los ignorantes. No busca a las personas más capaces de la tierra para darse a conocer, sino a las más pequeñas, pues sólo estas poseen la única sabiduría que tiene valor: la humildad.
Las almas humildes son aquellas que saben descubrir la mano amorosa de Dios en todos los momentos de su vida, y que con amor y resignación se abandonan con todas sus fuerzas a la Providencia divina, conscientes de que son hijos amados de Dios y que jamás se verán defraudadas por Él. La humildad es la llave maestra que abre la puerta de los secretos de Dios. Es la gran ciencia que nos permite conocerle y amarle como Padre, como Hermano, como Amigo.
El adviento es tiempo de preparación, un momento fuerte de ajuste en nuestras vidas. Esforcémonos, pues, por ser almas sencillas, almas humildes que sean la alegría y la recreación de Dios. Cristo niño volverá a nacer en medio de la más profunda humildad como lo hiciera hace más de dos mil años. Un par de peregrinos tocarán a la puerta de nuestro corazón pidiendo un lugar para que el Hijo de Dios pueda nacer. ¿Cómo podremos negarle nuestro corazón a Dios, que nos pide un corazón humilde y sencillo en el cual pueda nacer?
“Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven, porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron, y oír lo que oyen, y no lo oyeron.”
Autor: H. Christian David Garrido F. L.C. Fuente: Catholic.net
sábado, 4 de diciembre de 2010
Carta de Sor M. Antonieta Bruscato, superiora general
Queridas hermanas y jóvenes en formación:
Como todos los años me dirijo a ustedes ante la proximidad del Adviento, este tiempo litúrgico “especial” en el que la sabiduría de la Iglesia nos hace ejercitar la vigilancia en la esperanza y en la espera.
Una vez más ¡Dios viene! Tenemos necesidad de todos los “Advientos” de nuestra existencia, para comprender el don de la venida del Señor y acoger el llamado cotidiano de “encarnar” a Cristo en nosotros, de hacerlo crecer por la acción del Espíritu Santo y «con él ser camino, verdad y vida para los hermanos» (Const. 8).
De este modo el Adviento se transforma en tiempo oportuno para profesar nuestra fe en el Señor que guía la historia y comunicar así la alegría de una experiencia que cambia la vida. En la exhortación apostólica post-sinodal Verbum Domini, Benedicto XVI escribe: «No hay prioridad más grande que esta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que nos habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante.
Ccontinuar leyendo aqui
Como todos los años me dirijo a ustedes ante la proximidad del Adviento, este tiempo litúrgico “especial” en el que la sabiduría de la Iglesia nos hace ejercitar la vigilancia en la esperanza y en la espera.
Una vez más ¡Dios viene! Tenemos necesidad de todos los “Advientos” de nuestra existencia, para comprender el don de la venida del Señor y acoger el llamado cotidiano de “encarnar” a Cristo en nosotros, de hacerlo crecer por la acción del Espíritu Santo y «con él ser camino, verdad y vida para los hermanos» (Const. 8).
No somos nosotros quienes esperamos a Dios. Es él quien nos espera, y aún más; irrumpe en nuestra vida y en la historia atormentada de nuestros días. Entra en los ritmos del tiempo, se acerca a la humanidad que sufre, impregnando cada realidad del amor y de la misericordia de Dios, en cuyas manos está el destino del mundo. La aceptación de la venida de Cristo transforma nuestra mirada sobre la realidad, permitiendo que la acción de Dios nos transforme en creaturas nuevas (2Cor 5,17).
De este modo el Adviento se transforma en tiempo oportuno para profesar nuestra fe en el Señor que guía la historia y comunicar así la alegría de una experiencia que cambia la vida. En la exhortación apostólica post-sinodal Verbum Domini, Benedicto XVI escribe: «No hay prioridad más grande que esta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que nos habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante.
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sábado, 27 de noviembre de 2010
Adviento 2011
El Adviento es una invitación a estar atento, vigilante, despierto a través de los cuatro domingos que preceden a la Navidad. Es el tiempo de tomar conciencia del tiempo que viene.
Inicia con las vísperas del domingo más cercano al 30 de Noviembre y termina antes de las vísperas de la Navidad. Los domingos de este tiempo se llaman 1°, 2°, 3° y 4° de Adviento. Los días del 16 al 24 de diciembre (la Novena de Navidad) tienden a preparar más específicamente las fiestas de la Navidad.
Toma una libreta, un cuaderno, tu Biblia y busca un espacio diario o semanal para leer, meditar y orar acerca de cada unos de los temas que propone la Iglesia para este tiempo de Adviento. A continuacion te proponemos una guía de los temas, cada uno definido por una estrella que Dios tiene para ti. Déjate interpelar por la Palabra de Dios, y descubre aquella Palabra que en este tiempo de Adviento tiene Dios para ti.
I Domingo
Meditacion recomendada: Estén atentos porque el hijo del hombre viene. (Mt 24,37-44)
II Domingo
Tema: La estrella de la elección.
Meditacion recomendada: Está cerca el reino de los cielos. (Mt 3,1-12)
III Domingo
Tema: La estrella de la duda.
Meditacion recomendada: ¿Eres tú el que debe venir? (Mt 11,2-11)
IV Domingo
Tema: La estrella del misterio.
Meditacion recomendada: Emanuel será su nombre.(Mt 1,18-25)
Oración
Señor Jesús enséñanos a reconocerte
en todos los momentos de nuestra vida.
En el paso misterioso de nuestros días
haznos atentos y prontos a recibirte allí donde tú nos esperas.
Ciñe nuestras cinturas con tu verdad.
Enciende nuestras lámparas con el aceite de tu misericordia
para que en la noche más oscura resplandezca
también para todos la estrella luminosa de tu venida. Amén.
Fuente: http://www.paoline.org/
sábado, 20 de noviembre de 2010
María, primicia de Salvación
María mujer docil, que con su Sí al angel se convierte en corredentora del género humano y en canal por donde llegó a nosotros la salvación.
Cristo que es primicia de los resucitados. Es la primera gavilla de la gran cosecha que Dios recoge de la siembra en el mundo. La primera gavilla indica que la cosecha ha empezado. Reafirma nuestra esperanza en la resurrección. María es también gavilla de las primicias.
María es modelo de esa Iglesia que porta a Cristo a los demás. Antes del nacimiento de Jesús, cuando lo lleva en su vientre, visita a Isabel (cf. Lc 1,39-56), y le lleva la alegría del evangelio. Ella lo muestra también a los pastores y a los magos. De forma especial, después de la resurrección, está presente en la primera comunidad cristiana, unida a la oración de los apóstoles, que esperan el Espíritu Santo en Pentecostés.
En todo esto es María primicia de salvación; junto con Ella, la Hija de San Pablo, coopera en el plan de salvación del humanidad entera, de manera particular entregando a Jesucristo con los medios mas rápidos y eficaces de nuestro tiempo.
Cristo que es primicia de los resucitados. Es la primera gavilla de la gran cosecha que Dios recoge de la siembra en el mundo. La primera gavilla indica que la cosecha ha empezado. Reafirma nuestra esperanza en la resurrección. María es también gavilla de las primicias.
María es modelo de esa Iglesia que porta a Cristo a los demás. Antes del nacimiento de Jesús, cuando lo lleva en su vientre, visita a Isabel (cf. Lc 1,39-56), y le lleva la alegría del evangelio. Ella lo muestra también a los pastores y a los magos. De forma especial, después de la resurrección, está presente en la primera comunidad cristiana, unida a la oración de los apóstoles, que esperan el Espíritu Santo en Pentecostés.
En todo esto es María primicia de salvación; junto con Ella, la Hija de San Pablo, coopera en el plan de salvación del humanidad entera, de manera particular entregando a Jesucristo con los medios mas rápidos y eficaces de nuestro tiempo.
sábado, 13 de noviembre de 2010
Recapitular las cosas en Cristo
El designio de Dios es de “recapitular todo en Cristo” (Ef. 1, 10), es decir, poner todas las cosas bajo una sola cabeza, Cristo. "recapitular" no consiste en comprender a Cristo en función del primer Adán, sino más bien en comprender a éste en función de Cristo.
Y es en la cruz donde esa recapitulación tiene su punto álgido. Allí se encuentra "la hora" de Jesús, el momento en que se reconcilia el Cielo y la Tierra, en que atrae todas las cosas hacia él. Efectivamente, en Jn 12, 32 se lee esta afirmación de Jesús: "y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí".
Es por eso que el bien y el mal, pueden ser vistos a la luz de la obra redentora de Cristo. Como insinúa san Pablo, la redención de Cristo afecta a la creación entera, en la variedad de sus componentes (cf. Rm 8, 18-30). En efecto, la naturaleza misma, sujeta al sinsentido, a la degradación y a la devastación provocada por el pecado, participa así en la alegría de la liberación realizada por Cristo en el Espíritu Santo.
Así pues, se delinea la realización plena del proyecto original del Creador: una creación en la que Dios y el hombre, el hombre y la mujer, la humanidad y la naturaleza estén en armonía, en diálogo y en comunión. Este proyecto, alterado por el pecado, lo restablece de modo admirable Cristo, que lo está realizando de forma misteriosa pero eficaz en la realidad presente, a la espera de llevarlo a pleno cumplimientoal final de los tiempos.
La última página del Apocalipsis, que se ha proclamado al inicio de nuestro encuentro, describe con vivos colores esta meta. La Iglesia y el Espíritu esperan e invocan ese momento en el que Cristo "entregará a Dios Padre el reino, después de haber destruido todo principado, dominación y potestad. (...) El último enemigo en ser destruido será la muerte. Porque ha sometido todas las cosas bajo los pies" de su Hijo (1 Co 15, 24-27).
Al final de esta batalla, cantada en páginas admirables por el Apocalipsis, Cristo llevará a cabo la "recapitulación" y los que estén unidos a él formarán la comunidad de los redimidos, que "ya no será herida por el pecado, por las manchas, el amor propio, que destruyen o hieren a la comunidad terrena de los hombres.
Y es en la cruz donde esa recapitulación tiene su punto álgido. Allí se encuentra "la hora" de Jesús, el momento en que se reconcilia el Cielo y la Tierra, en que atrae todas las cosas hacia él. Efectivamente, en Jn 12, 32 se lee esta afirmación de Jesús: "y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí".
Es por eso que el bien y el mal, pueden ser vistos a la luz de la obra redentora de Cristo. Como insinúa san Pablo, la redención de Cristo afecta a la creación entera, en la variedad de sus componentes (cf. Rm 8, 18-30). En efecto, la naturaleza misma, sujeta al sinsentido, a la degradación y a la devastación provocada por el pecado, participa así en la alegría de la liberación realizada por Cristo en el Espíritu Santo.
Así pues, se delinea la realización plena del proyecto original del Creador: una creación en la que Dios y el hombre, el hombre y la mujer, la humanidad y la naturaleza estén en armonía, en diálogo y en comunión. Este proyecto, alterado por el pecado, lo restablece de modo admirable Cristo, que lo está realizando de forma misteriosa pero eficaz en la realidad presente, a la espera de llevarlo a pleno cumplimientoal final de los tiempos.
La última página del Apocalipsis, que se ha proclamado al inicio de nuestro encuentro, describe con vivos colores esta meta. La Iglesia y el Espíritu esperan e invocan ese momento en el que Cristo "entregará a Dios Padre el reino, después de haber destruido todo principado, dominación y potestad. (...) El último enemigo en ser destruido será la muerte. Porque ha sometido todas las cosas bajo los pies" de su Hijo (1 Co 15, 24-27).
Al final de esta batalla, cantada en páginas admirables por el Apocalipsis, Cristo llevará a cabo la "recapitulación" y los que estén unidos a él formarán la comunidad de los redimidos, que "ya no será herida por el pecado, por las manchas, el amor propio, que destruyen o hieren a la comunidad terrena de los hombres.
Fuente: www.catolicos.com
sábado, 6 de noviembre de 2010
Perdónanos como perdonamos
Cuando alguien nos hiere y nos apegamos a esa herida no podemos amar. La sanación interior total sólo puede ocurrir, cuando perdonamos a aquellos que nos han herido, cuando entregamos por completo al Señor nuestras heridas del pasado. Sea cual sea la experiencia que has tenido, las heridas que hayas sufrido, Jesús quiere curarlas y sanar tu corazón roto.
Perdonar es el camino de la sanación, es dejar atrás la dureza que se tenía hacia una persona, abandonando los sentimientos negativos que abrigábamos contra esa persona. Perdonar es un proceso que dura toda la vida y se va recibiendo la gracia en cada momento. Perdonar no significa olvidar, enterrar, ignorar, reprimir, justificar, o excusar. Es recordar sin dolor, sin amargura, sin sentimiento de culpa o de vergüenza. Implica renunciar al deseo de venganza para colocarnos en el camino del amor. Perdonar libera la memoria y nos permite vivir en el presente, sin recurrencias constantes al pasado doloroso. "Usted se acuerda del frío del invierno, pero ya no tiembla porque ha llegado la primavera".
Juan Pablo II nos aclara, sin embargo, que el perdón, ciertamente, no surge en el hombre de manera espontánea y natural. Perdonar sinceramente en ocasiones puede resultar heroico. Aquellos que se han quedado sin nada por haber sido despojados de sus propiedades, los prófugos y cuantos han soportado el ultraje de la violencia, no puedes dejar de sentir la tentación del odio y de la venganza. La experiencia liberadora del perdón, aunque llena de dificultades, puede ser vivida también por un corazón herido, gracias al poder curativo del amor, que tiene su primer origen en Dios-Amor.
Perdonar es el camino de la sanación, es dejar atrás la dureza que se tenía hacia una persona, abandonando los sentimientos negativos que abrigábamos contra esa persona. Perdonar es un proceso que dura toda la vida y se va recibiendo la gracia en cada momento. Perdonar no significa olvidar, enterrar, ignorar, reprimir, justificar, o excusar. Es recordar sin dolor, sin amargura, sin sentimiento de culpa o de vergüenza. Implica renunciar al deseo de venganza para colocarnos en el camino del amor. Perdonar libera la memoria y nos permite vivir en el presente, sin recurrencias constantes al pasado doloroso. "Usted se acuerda del frío del invierno, pero ya no tiembla porque ha llegado la primavera".
Juan Pablo II nos aclara, sin embargo, que el perdón, ciertamente, no surge en el hombre de manera espontánea y natural. Perdonar sinceramente en ocasiones puede resultar heroico. Aquellos que se han quedado sin nada por haber sido despojados de sus propiedades, los prófugos y cuantos han soportado el ultraje de la violencia, no puedes dejar de sentir la tentación del odio y de la venganza. La experiencia liberadora del perdón, aunque llena de dificultades, puede ser vivida también por un corazón herido, gracias al poder curativo del amor, que tiene su primer origen en Dios-Amor.
La inmensa alegría del perdón, ofrecido y acogido, sana heridas aparentemente incurables, restablece nuevamente las relaciones y tiene sus raíces en el inagotable amor de Dios, porque no fuimos creados para odiar sino para amar.
El perdón depende de la voluntad. Es algo independiente de sentir o no sentir. Me decido a perdonar aunque no lo sienta. Es una decisión entre dejar que las heridas del pasado me controlen y me hagan un egoísta, o dejar que, la paz y el amor del Espíritu Santo controlen mi futuro.
Fuente: www.cscv.info
sábado, 30 de octubre de 2010
Mujer, reflejo de bendición
Las mujeres bendecidas, son bendición para la familia, los amigos, la comunidad, la Iglesia. Lo son, por sentirse amadas por Dios e instrumento de su amor para construir paz, la paz que sólo da Cristo. Son apoyo para sus seres amados y para toda empresa que conlleve al desarrollo social, cívico, solidario de la comunidad, y son el viento que impulsa a los otros a un mismo norte, porque al orar entre sus manos tejen el telar con hilos de paciencia y perseverancia, especialmente, orando por los miembros de su familia cuyos corazones aún no palpitan Trinitariamente.
Siempre son bendecidos los días de las mujeres que alaban a Dios, que en cada amanecer levantan su mirada al cielo y al anochecer dicen ¡Gracias Señor! y que se regocijan en la presencia de Dios con una fe activa, que esperan en Su providencia sin ser pasivas, aportando la oración y la acción en su labor en la sociedad, la familia, la iglesia, la comunidad.
En la Palabra de Dios desde hace muchos siglos ya se referían a la igualdad entre hombres y mujeres; Dios nos bendijo por igual a mujeres y hombres para cumplir un propósito, tenemos igual dignidad, igual filiación divina.
¿Has considerado el asistir a la eucaristía y dar gracias a Dios por ser una mujer bendecida por Él?, ¿Por qué no piensas que también sería bueno cantar el Magníficat?, este es el ejemplo que nos da María, la mujer más bendecida de generación en generación. O ¿Qué te parece orar por las mujeres más necesitadas, las que aún no se consideran bendecidas por Dios? A ellas hay que extenderles la bendición de Dios que existe, son nuestras hermanas.
¡Dios nos siga bendiciendo para ser bendición para los demás.
Fuente: Jaynes Hernández Natera
sábado, 23 de octubre de 2010
«Lectio divina»: meditación orante de la Sagrada Escritura.
El «Lectio divina» se remonta a los primeros cristianos. El primero en utilizar la expresión fue Orígenes (aprox. 185-254), teólogo, quien afirmaba que para leer la Biblia con provecho es necesario hacerlo con atención, constancia y oración. Más adelante, la «Lectio divina» se convirtió en la columna vertebral de la vida religiosa. Las reglas monásticas de Pacomio, Agustín, Basilio y Benito harían de esa práctica, junto al trabajo manual y la liturgia, la triple base de la vida monástica. La sistematización de la «Lectio divina» en cuatro peldaños proviene del siglo XII. Alrededor del año 1150, Guido, un monje cartujo, escribió un librito titulado «La escalera de los monjes», en donde exponía la teoría de los cuatro peldaños: la lectura, la meditación, la oración y la contemplación. Con esta escalera los monjes suben al cielo.
La «lectio divina» es una manera de entrar en diálogo con el Dios que nos habla a través de su Palabra.
Podemos representar gráficamente el itinerario de la «lectio divina» de esta manera:
LECTURA. ¿Qué dice el texto?
• Leer el texto de manera atenta y respetuosa.
• Detenerse (estar-reposar) sobre el texto.
• Descubrir el mensaje de fe.
MEDITACIÓN. ¿Qué me dice el texto?
• Ponerse ante el espejo de la Palabra.
• Interiorizar.
• Ahondar en la propia vida.
ORACIÓN. ¿Qué me hace decirle a Dios?
• Orar la Palabra: pido, alabo, agradezco, suplico…
CONTEMPLACIÓN.
• Dios se me da a conocer con la experiencia del corazón.
• Serenidad ante el misterio de Cristo.
COMPROMISO. ¿Qué camino de vida me invita a tomar?
• Ver la realidad con la mirada de Dios.
• Configuración con Cristo y vida en el Espíritu.
• Anuncio, compromiso y caridad.
La «lectio divina» es una manera de entrar en diálogo con el Dios que nos habla a través de su Palabra.
Podemos representar gráficamente el itinerario de la «lectio divina» de esta manera:
LECTURA. ¿Qué dice el texto?
• Leer el texto de manera atenta y respetuosa.
• Detenerse (estar-reposar) sobre el texto.
• Descubrir el mensaje de fe.
MEDITACIÓN. ¿Qué me dice el texto?
• Ponerse ante el espejo de la Palabra.
• Interiorizar.
• Ahondar en la propia vida.
ORACIÓN. ¿Qué me hace decirle a Dios?
• Orar la Palabra: pido, alabo, agradezco, suplico…
CONTEMPLACIÓN.
• Dios se me da a conocer con la experiencia del corazón.
• Serenidad ante el misterio de Cristo.
COMPROMISO. ¿Qué camino de vida me invita a tomar?
• Ver la realidad con la mirada de Dios.
• Configuración con Cristo y vida en el Espíritu.
• Anuncio, compromiso y caridad.
Fuente: www.verbodivino.es
sábado, 16 de octubre de 2010
La voz suave del Dios que llama
Dios llama. Ayer, hoy, y mañana. Hombres y mujeres se consagran. Sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos que dan un sí para siempre, sin condiciones. El mundo es distinto con cada respuesta, con cada entrega. Hay hombres y mujeres que quieren amar más, que reflejan, con su vida, que Dios es fiel, que Dios nos quiere con locura.
Cada vocación es un misterio. Dios sonríe y espera un sí libre, sincero. Quiere que le amemos, que le demos lo que somos, sin límites, sin condiciones. Quiere que seamos felices en sus manos, que confiemos, que sigamos sus huellas, camino del Calvario, hacia un Sepulcro vacío que nos habla de Vida y de Esperanza.
Dar un sí a Dios no es fácil si falta amor. Dios no subyuga con la fuerza ni con amenazas. Su voz es suave, discreta, respetuosa. Invita y calla, susurra y deja tiempo. Hay quien le sigue pronto, sin miedos, y hay quien retrasa su respuesta, meses, años, para seguir planes vacíos, proyectos huecos, fuera del sueño de un Dios bueno.
Cuando sopla el viento de la tarde, Dios espera. Quizá hoy un joven piensa, reza, y mira al cielo. Busca al Dios que lo buscaba, sueña en la voz que resonó un día dentro de su alma. Puede ser un momento decisivo. Puede ser el inicio de una nueva vida.
Otros esperan, cerca o lejos, el sí de cada nueva vocación. El silencio de la noche revela voces que rezan a Dios, como Cristo un día, para pedir que envíe más obreros, pues la mies es mucha, la cosecha está ya lista, el cielo tiene abiertas sus puertas con el triunfo de la Pascua.
No hay anuncio sin anunciadores. No hay salvación sin fe en el mensaje. Un mensaje que es llevado a todo el mundo a través de mensajeros frágiles y decididos, que escuchan la voz de Dios, en una tarde de silencios: “Ven y sígueme”...
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
sábado, 9 de octubre de 2010
Dios es más grande que nuestros límites
Mi historia vocacional es la historia de amor entre Dios y yo. En mi propia historia descubrí como Ama Dios. Saberme profundamente amada por Él despertó en mí grandes deseos de conocerlo más y más; de pasar más tiempo con Él; de entablar intimidad con Él. Poco a poco Él fue ganando terreno en mí, y fue conquistando mi corazón.
Él empezó a cuestionar mis comodidades, así yo iba descubriendo insatisfacciones en mi interior. Nada de lo que tenía, ni de lo que había alcanzado me parecía lo suficiente. Yo quería más. Y ese más no lo encontraba en las cosas, en las personas. A nivel material tenía lo que me había propuesto y un poco más; superficialmente podía decir que lo tenía todo. Sin embargo me falta “un no se qué” que era importante para mi felicidad. Fue así que descubrí que sólo en Dios se podían colmar mis ansias de infinito. En la donación total de mi ser, en la actitud de servicio y de plena disponibilidad.
También, Él puso en mi corazón el cómo y el dónde. Viviéndolo para comunicarlo, como el Camino, la Verdad y la Vida, a través de los medios de comunicación social, particularmente dentro de la congregación de las Hijas de San Pablo (Paulinas). No fue que Él envió un Arcángel para que me lo comunicara, sin embargo, experimentaba una gran serenidad en mi corazón con respecto a esto que me hacía reconocerlo como el deseo de Dios en mí.
También, Él puso en mi corazón el cómo y el dónde. Viviéndolo para comunicarlo, como el Camino, la Verdad y la Vida, a través de los medios de comunicación social, particularmente dentro de la congregación de las Hijas de San Pablo (Paulinas). No fue que Él envió un Arcángel para que me lo comunicara, sin embargo, experimentaba una gran serenidad en mi corazón con respecto a esto que me hacía reconocerlo como el deseo de Dios en mí.
El seguimiento de Jesús no es fácil, pero, así son las cosas valiosas. Sin embargo, su Gracia viene siempre en ayuda de nuestra debilidad. Lo importante es decirle que sí, como María y como tantos otros, muy a pesar de nuestros miedos, mejor dicho, con todos nuestros miedos. Pues Él es más grande que todos nuestros límites.
Este periodo de mayor intimidad con el Maestro me ha conducido a la certeza de que Él siempre acompañara y dirigirá hacia sí, mis pasos. Sueño con pertenecerle totalmente. Y con que en mí se realice la segunda Encarnación del Verbo, como hace mucho tiempo lo vivió María. Por mis propias fuerzas es imposible, pero cuento con su gracia que se manifiesta con total plenitud en mi debilidad.
Simona Rosario, Novicia de las Hijas de San Pablo.
Primera Profesión Religiosa: Domingo 10 de octubre 2010 a las 3.00pm. Parroquia San Antonio en Río Piedras – Puerto Rico.
sábado, 2 de octubre de 2010
La consistencia de mi vida espiritual
Tal vez sueñas con una vida en la que pudieses tener largos ratos de soledad para orar pero cuando tienes tiempo libre, lo malgastas en diversiones.
Posiblemente te sientas presionado ante múltiples ocupaciones y el deseo de tener tu vida entre tus manos. Ante todo no culpes a las circunstancias externas o a tus numerosos compromisos de tu falta de tiempo, sino toma conciencia de que es tu responsabilidad hacer la síntesis entre tu ser íntimo y tu ser para los demás.
Si todos los días tienes la experiencia del tiempo "desperdiciado" sin plan y sin libertad, si tienes dificultad para encontrar tu propia identidad porque vives disperso en la superficie de tu ser y experimentas el deseo de unificar tu vida en la presencia de ti mismo, en la acogida a los demás y a las cosas externas. En una palabra, deseas hacer la experiencia de Agustín en el momento de su conversión. El mismo dice que pasó entonces de la "distensión" a la "intención", de la dispersión a la unificación, del esfuerzo que dispersa al esfuerzo que concentra y unifica.
Solo en Jesucristo tu vida adquiere consistencia y solidez, en una palabra se unifica. Solo en Él encuentras tu unidad el día en que colocas tu centro de gravedad en Dios. Tu existencia logra entonces una estabilidad que echa raíces en la eternidad. No existe una receta práctica para unificar tu ser alrededor de la presencia de Dios. No se puede llegar a ella leyendo tres tratados como si se tratase de aprender el inglés en un par de meses.
No puedes pretender vivir en esta presencia de una manera habitual si no consagras largos ratos a estar en su presencia, esperando su visita y su voluntad. Es algo más allá de las ideas, de las palabras y de los sentimientos. Al mismo tiempo, sin que dependa de ti, te penetrará e invadirá esa experiencia del Dios sumamente cercano, y podrás decir con Mounier: "Mi única regla, es el tener continuamente, sin cesar, el sentimiento de la presencia de Dios".
Posiblemente te sientas presionado ante múltiples ocupaciones y el deseo de tener tu vida entre tus manos. Ante todo no culpes a las circunstancias externas o a tus numerosos compromisos de tu falta de tiempo, sino toma conciencia de que es tu responsabilidad hacer la síntesis entre tu ser íntimo y tu ser para los demás.
Si todos los días tienes la experiencia del tiempo "desperdiciado" sin plan y sin libertad, si tienes dificultad para encontrar tu propia identidad porque vives disperso en la superficie de tu ser y experimentas el deseo de unificar tu vida en la presencia de ti mismo, en la acogida a los demás y a las cosas externas. En una palabra, deseas hacer la experiencia de Agustín en el momento de su conversión. El mismo dice que pasó entonces de la "distensión" a la "intención", de la dispersión a la unificación, del esfuerzo que dispersa al esfuerzo que concentra y unifica.
Solo en Jesucristo tu vida adquiere consistencia y solidez, en una palabra se unifica. Solo en Él encuentras tu unidad el día en que colocas tu centro de gravedad en Dios. Tu existencia logra entonces una estabilidad que echa raíces en la eternidad. No existe una receta práctica para unificar tu ser alrededor de la presencia de Dios. No se puede llegar a ella leyendo tres tratados como si se tratase de aprender el inglés en un par de meses.
No puedes pretender vivir en esta presencia de una manera habitual si no consagras largos ratos a estar en su presencia, esperando su visita y su voluntad. Es algo más allá de las ideas, de las palabras y de los sentimientos. Al mismo tiempo, sin que dependa de ti, te penetrará e invadirá esa experiencia del Dios sumamente cercano, y podrás decir con Mounier: "Mi única regla, es el tener continuamente, sin cesar, el sentimiento de la presencia de Dios".
Fuente: es.catholic.net
sábado, 25 de septiembre de 2010
Recreando el mundo a través del trabajo
Dios le llama a ser una buena persona y un cristiano comprometido. Y que esto lo podrá vivir, seguro, dentro de un camino vocacional específico. Si no es el de la vida consagrada ni el ministerial, será el de la vocación laical.
Desde una visión personalista y trascendente de la vida, creemos que toda persona está llamada a desarrollar en plenitud ese germen vocacional con el que nace, al servicio de los otros. Todas las personas tienen esta vocación común. Ya desde el principio Dios llamó a ser persona, creó al hombre y a la mujer. Dios también llama a cada persona a recrear el mundo a través del «trabajo». Dominad la tierra y sometedla (Gén 1, 28).
Es la relación con el mundo que circunda, con las cosas. La persona está llamada a ejercer una profesión, a hacer un trabajo donde se sienta útil y con el que colabore con Dios a re-crear y mejorar este mundo.
Por el trabajo la persona se convierte en «administradora» y «señora» de lo creado. Tan importante como el trabajo es el ocio, por el que se goza del sentido de las cosas y de la técnica. El egoísmo, el pecado (Gén 3) puede convertir el trabajo en una esclavitud de uno mismo y de los demás.
Un oficio se puede aprender con más o menos esfuerzo. Construir una persona es algo para ir haciendo toda la vida.
La profesión no es la totalidad de la vocación, aunque muchos la reduzcan a ella.
http://pastoraljuvenilmty.org.mx
http://pastoraljuvenilmty.org.mx
sábado, 18 de septiembre de 2010
Historia de mi Vocación: Hna. Maury Ibarra
Jamás había pensado en la posibilidad de que como mujer me podía realizar siendo religiosa. Tenía 27 años, finalizaba mi carrera universitaria, Contaduría Pública, cuando Jesús me tomó por sorpresa.
Asistía a la catequesis de Confirmación, con todos mis hermanos (somos 4 en total, 3 hembras y un varón) y cuando nos presentaron a nuestras futuras catequistas, 4 novicias del San José de Tarbes, yo llegue a preguntarme cuando las vi: ¿Qué pasa por la cabeza de una mujer para castrar su vida de ese modo? Nada más lejano de la verdad. La presencia de las hermanas comenzó a cuestionarme sobre el sentido de mi vida y lo que quería hacer con ella, o mejor que quería Dios que yo hiciera.
No fue fácil aceptar que Dios me pedía un compromiso más radical en mi vida; que no sólo debía participar en la parroquia, ser catequista, asistir a misa y comulgar casi a diario.
No fue fácil aceptar que Dios me pedía un compromiso más radical en mi vida; que no sólo debía participar en la parroquia, ser catequista, asistir a misa y comulgar casi a diario.
Dios me pedía la donación total de mi vida en servicio a mis hermanos, lo que contrastaba fuertemente con mis deseos y sueños: formar una familia, una hija, un apartamento, carro, viajes, etc, etc, etc. Pero Dios cuando te llama no se deja ganar en generosidad, y si tú en disponibilidad le respondes si, te entrega una maleta donde está todo lo necesario para caminar en su seguimiento.
En mi búsqueda vocacional me ayudaron muchas personas, ángeles que Dios puso en mi camino para mostrarme lo que Él deseaba para mí. Conocí a las hnas Paulinas en junio de 1998, participe en un retiro vocacional con ellas en agosto y sentí que era allí donde el Señor me quería: evangelizar con los medios de comunicación, usar dichos medios para el bien de las personas.
En mi búsqueda vocacional me ayudaron muchas personas, ángeles que Dios puso en mi camino para mostrarme lo que Él deseaba para mí. Conocí a las hnas Paulinas en junio de 1998, participe en un retiro vocacional con ellas en agosto y sentí que era allí donde el Señor me quería: evangelizar con los medios de comunicación, usar dichos medios para el bien de las personas.
Inicié el aspirantado en enero de 1999. El 15 de marzo del 2003 hice mi primera profesión, y el 18 de septiembre del 2010 serán mis votos perpetuos, diré si a Dios de forma definitiva. Me siento muy feliz, comprendo que Dios desde entes de nacer te entrega una misión para realizar en el mundo, y que cada uno se puede realizar como persona, buscando concretizar aquello a lo que es llamado a ser desde la eternidad.
Hna Maury Ibarra, hsp
sábado, 11 de septiembre de 2010
Ser para los demás, ser para el mundo
En la vida estamos para ser y ser para los demás. No hay mayor felicidad que hacer algo útil por los demás, aunque sea muy sencillo, como una sonrisa, una mano amiga, una palabra esperanzada, un corazón acogedor. Es preciso formar hombres para los demás y con los demás. Para los demás porque no es para sí mismo sino para servir a la humanidad allí donde hay más necesidad con el fin de que se realice «la Mayor Gloria de Dios».
Ser para los demás significa estar en los lugares donde hay personas que no conocen a Dios ni a Jesucristo, para que le conozcan y amen más, donde hay almas pobres con hambre de conocer a Jesús, donde haya persecución por la promoción de la fe y la lucha por la justicia para defender los valores y criterios de Dios: la hermandad entre los hombres, la justicia, la libertad, el amor.
Ser con los demás, trabajando en comunidad con otras personas que desean dar su vida por la implantación del Reinado de Dios en este mundo. Esta es la dimensión más atrayente de la vida religiosa, el deseo de ‘ser para los demás’. No hay un religioso que sea sólo para sí mismo.
¿Cómo es posible ese ser para los demás?, ¿cómo puede el ser humano olvidarse de sí por el otro? Esto tiene que ver con la naturaleza más íntima del hombre, en la cual está impreso el amor, la inclinación natural y desinteresada del hombre hacia el bien, bien propio y bien del otro.
El paso previo de “ser para los demás” es tejer relaciones en la solidaridad entre nosotros. Las primeras comunidades cristianas comprendieron que las exigencias del amor se ven y se hacen realidad en las relaciones cercanas, con los que vivo y estoy. Es así que la comunicación, el encuentro, el diálogo y la solidaridad son los cauces únicos para crear auténticas relaciones, así la persona es aceptada y reconocida por lo que es y no por su color, su lugar de nacimiento o su status social.
Debemos tener presente que todo ser humano lleva en sí mismo dos exigencias: el "ser para" y el "estar con". En el fondo, es la exigencia de una ética: ser para los demás. Pero también de una mística: estar con el otro, con los demás, y, en definitiva, con el Otro. Es la experiencia inefable en la que nos jugamos el ser o no ser que nos acerca o nos aleja del que es nuestra memoria subversiva, nuestra fuerza y nuestra esperanza: Jesús de Nazaret. A Dios no lo encontramos sólo con razones. Porque hombres cargados de razones se han cargado a millones de seres humanos. A Dios lo encontramos en la coherencia ética, que nos humaniza, y desde la experiencia mística, que nos libera de nuestra inhumanidad y nos convierte en seres “para los demás y para el mundo”.
El paso previo de “ser para los demás” es tejer relaciones en la solidaridad entre nosotros. Las primeras comunidades cristianas comprendieron que las exigencias del amor se ven y se hacen realidad en las relaciones cercanas, con los que vivo y estoy. Es así que la comunicación, el encuentro, el diálogo y la solidaridad son los cauces únicos para crear auténticas relaciones, así la persona es aceptada y reconocida por lo que es y no por su color, su lugar de nacimiento o su status social.
Debemos tener presente que todo ser humano lleva en sí mismo dos exigencias: el "ser para" y el "estar con". En el fondo, es la exigencia de una ética: ser para los demás. Pero también de una mística: estar con el otro, con los demás, y, en definitiva, con el Otro. Es la experiencia inefable en la que nos jugamos el ser o no ser que nos acerca o nos aleja del que es nuestra memoria subversiva, nuestra fuerza y nuestra esperanza: Jesús de Nazaret. A Dios no lo encontramos sólo con razones. Porque hombres cargados de razones se han cargado a millones de seres humanos. A Dios lo encontramos en la coherencia ética, que nos humaniza, y desde la experiencia mística, que nos libera de nuestra inhumanidad y nos convierte en seres “para los demás y para el mundo”.
sábado, 4 de septiembre de 2010
Jesús y el joven, Jesús y yo
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna» (Mc 10,17).
Una vez un joven le hizo esta pregunta a Jesús. Como respuesta Jesús le recordó los mandamientos de Dios. Y cuando el joven le dijo que los había cumplido desde pequeño, Jesús lo miró con amor y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuánto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme» (Mc 10, 1).
«¡Ven y sígueme!». La invitación que el Señor dirigió aquel día al joven citado en el evangelio llega hasta nuestros días. La Iglesia repite esta invitación cuando el Papa, los obispos y todas las personas comprometidas en la atención pastoral de los jóvenes los invitan a reunirse. Hay muchas ocasiones en las que los jóvenes se pueden encontrar: en sus parroquias y en sus diócesis y, en las Jornadas Mundiales de la Juventud: en Roma, después en Buenos Aires en Argentina, sucesivamente en Santiago de Compostela en España, en Jasna Gora en Polonia y en Denver en los Estados Unidos, etc.
¿Qué significan para vosotros, jóvenes del Forum Internacional? Las palabras de Jesús: «Como el Padre me envió, también yo los envío».
Siempre es Cristo quien envía. Pero ¿a quién envía? Ustedes, jóvenes, son aquellos a quienes Jesús mira con amor. Cristo, que dice «sígueme», quiere que vivan su vida con un sentido vocacional. Quiere que sus vidas tengan sentido y una dignidad concreta.
¿Qué es lo que Cristo pide a los jóvenes? El Concilio Vaticano II nos ha hecho más conscientes del hecho de que existen muchas formas de construir la Iglesia: toda forma de apostolado es válida y fecunda si se desarrolla en la Iglesia, por la Iglesia y para la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, del que se habla en la enseñanza de San Pablo.
¡No esperéis más tiempo para dar una respuesta a la llamada del Señor!
Cuando nuestra respuesta es más específica y, como Moisés, decimos: «heme aquí» (cf. v.4), él nos revela más claramente a sí mismo y nos manifiesta su amor misericordioso con su pueblo necesitado. Poco a poco nos lleva a descubrir el modo concreto de servirle: «yo los enviaré». Es precisamente en este momento cuando nos asaltan los miedos y las dudas que nos disturban y que hacen más difícil la decisión. Y es entonces cuando más necesitamos sentirnos sostenidos por el Señor: «Yo estaré contigo». Cada vocación es una profunda experiencia personal de la verdad de estas palabras: «Yo estaré contigo».
Cristo dice: « ¡Ven conmigo en el Tercer Milenio a salvar el mundo! ».
Fuente: Mensaje de S.S. Juan Pablo II con ocasión de la X Jornada Mundial de la Juventud
«¡Ven y sígueme!». La invitación que el Señor dirigió aquel día al joven citado en el evangelio llega hasta nuestros días. La Iglesia repite esta invitación cuando el Papa, los obispos y todas las personas comprometidas en la atención pastoral de los jóvenes los invitan a reunirse. Hay muchas ocasiones en las que los jóvenes se pueden encontrar: en sus parroquias y en sus diócesis y, en las Jornadas Mundiales de la Juventud: en Roma, después en Buenos Aires en Argentina, sucesivamente en Santiago de Compostela en España, en Jasna Gora en Polonia y en Denver en los Estados Unidos, etc.
¿Qué significan para vosotros, jóvenes del Forum Internacional? Las palabras de Jesús: «Como el Padre me envió, también yo los envío».
Siempre es Cristo quien envía. Pero ¿a quién envía? Ustedes, jóvenes, son aquellos a quienes Jesús mira con amor. Cristo, que dice «sígueme», quiere que vivan su vida con un sentido vocacional. Quiere que sus vidas tengan sentido y una dignidad concreta.
¿Qué es lo que Cristo pide a los jóvenes? El Concilio Vaticano II nos ha hecho más conscientes del hecho de que existen muchas formas de construir la Iglesia: toda forma de apostolado es válida y fecunda si se desarrolla en la Iglesia, por la Iglesia y para la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, del que se habla en la enseñanza de San Pablo.
¡No esperéis más tiempo para dar una respuesta a la llamada del Señor!
Cuando nuestra respuesta es más específica y, como Moisés, decimos: «heme aquí» (cf. v.4), él nos revela más claramente a sí mismo y nos manifiesta su amor misericordioso con su pueblo necesitado. Poco a poco nos lleva a descubrir el modo concreto de servirle: «yo los enviaré». Es precisamente en este momento cuando nos asaltan los miedos y las dudas que nos disturban y que hacen más difícil la decisión. Y es entonces cuando más necesitamos sentirnos sostenidos por el Señor: «Yo estaré contigo». Cada vocación es una profunda experiencia personal de la verdad de estas palabras: «Yo estaré contigo».
Cristo dice: « ¡Ven conmigo en el Tercer Milenio a salvar el mundo! ».
Fuente: Mensaje de S.S. Juan Pablo II con ocasión de la X Jornada Mundial de la Juventud
sábado, 28 de agosto de 2010
EL AMOR CRISTIANO
“Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”. Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (19, 18; cf. Mc 12, 29- 31). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.
Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución de la Eucaristía durante la Última Cena. Ya en aquella hora, Él anticipa su muerte y resurrección, dándose a sí mismo a sus discípulos en el pan y en el vino, su cuerpo y su sangre como nuevo maná (cf. Jn 6, 31-33).
La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos.
Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar. Se universaliza el concepto de prójimo, pero permaneciendo concreto. Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora.
En la Eucaristía, en la liturgia de la Iglesia, en su oración, en la comunidad viva de los creyentes, experimentamos el amor de Dios, percibimos su presencia y, de este modo, aprendemos también a reconocerla en nuestra vida cotidiana. Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor. Dios no nos impone un sentimiento que no podamos suscitar en nosotros mismos. Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este “antes” de Dios puede nacer también en nosotros el amor como respuesta.
Los Santos –pensemos por ejemplo en la beata Teresa de Calcuta– han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero.
Los Santos son los verdaderos portadores de luz en la historia, porque son hombres y mujeres de fe, esperanza y amor.
San Pablo les escribió a los cristianos de Roma: “Que vuestra caridad no sea una farsa”. Hoy podríamos decir lo mismo de otro modo: que sepamos, con esperanza, vivir el amor de verdad.
Benedicto XVI
Deus caritas est
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (19, 18; cf. Mc 12, 29- 31). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.
Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución de la Eucaristía durante la Última Cena. Ya en aquella hora, Él anticipa su muerte y resurrección, dándose a sí mismo a sus discípulos en el pan y en el vino, su cuerpo y su sangre como nuevo maná (cf. Jn 6, 31-33).
La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos.
Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar. Se universaliza el concepto de prójimo, pero permaneciendo concreto. Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora.
En la Eucaristía, en la liturgia de la Iglesia, en su oración, en la comunidad viva de los creyentes, experimentamos el amor de Dios, percibimos su presencia y, de este modo, aprendemos también a reconocerla en nuestra vida cotidiana. Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor. Dios no nos impone un sentimiento que no podamos suscitar en nosotros mismos. Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este “antes” de Dios puede nacer también en nosotros el amor como respuesta.
Los Santos –pensemos por ejemplo en la beata Teresa de Calcuta– han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero.
Los Santos son los verdaderos portadores de luz en la historia, porque son hombres y mujeres de fe, esperanza y amor.
San Pablo les escribió a los cristianos de Roma: “Que vuestra caridad no sea una farsa”. Hoy podríamos decir lo mismo de otro modo: que sepamos, con esperanza, vivir el amor de verdad.
Benedicto XVI
Deus caritas est
sábado, 21 de agosto de 2010
Aprender a mirar
¡Señor, abre mis ojos, ilumina mis ojos¡
He aquí al mundo ante ti, joven, ¿y que le falta para que tú comprendas? Simplemente, falta que te admires. Para hacer el mundo más maravilloso, más habitable, sólo falta transformar los ojos que lo contemplan. No es el universo el que se esconde, ahí está: siempre ahí; silencioso, mudo, no es el universo el que se escapa y se desnuda: es a ti a quien se le escapa el universo.
Que aprenda a mirar a las personas con tu misma mirada!
Lo que miramos influye en nuestro mundo interior. Aprender a mirar es también aprender a no mirar. Todo lo que penetra a nuestros sentidos, penetra en nuestra conciencia. La mirada limpia es importante por que, si no hay castidad y pureza no se da el amor.
La mirada no es solamente un acto físico; es una acción humana, que expresa las disposiciones del corazón. Hay miradas de amor y de indiferencia: miradas que muestran apertura y disponibilidad para comprender, y miradas cegadas por el egoísmo. Nosotros queremos mirar con ojos limpios.
La mirada limpia y pura afirma el valor de cada ser humano, considerado en sí mismo y no en la medida que satisface el propio interés. Educar la mirada es una lucha importante, que influye en la calidad de nuestro mundo interior.
Toda vida tiene sentido, lo que toca a cada uno es descubrirlo y realizarlo. Lo que pasa es que hay que saber mirar. Por tanto, vamos a tratar cómo deberá ser nuestra mirada para que, sin problemas, cada uno encuentre la razón de ser de su vida y sepa vincularse a ella.
Para buscar el sentido, aprender a mirar
Vivir con sentido requiere mirar. Aprender a mirar es imprescindible para aprender a vivir. Aprender a mirar exige saber mirar dentro de uno mismo. No se mira con los ojos, se mira desde dentro. La verdadera mirada humana es una mirada desde el interior, que se dirige al interior de lo que se mira. Se contrapone a la mirada superficial. La mirada superficial es muy rápida, no se detiene, no sabe contemplar.
Mirar hacia dentro es mirar el cuadro, que es bien distinto a ver un lienzo salpicado por pegotes de óleo de distintos colores. Quien sabe mirar la vida puede vivirla; el superficial sencillamente la gasta.
Saber mirar los signos es uno de los caminos para aprender a mirar hacia dentro. Se trata, por tanto de maravillarse no sólo con lo externamente novedoso o extraordinario sino de saber mirar con el espíritu lo extraordinario escondido en lo común.
Saber mirar los signos es uno de los caminos para aprender a mirar hacia dentro. Se trata, por tanto de maravillarse no sólo con lo externamente novedoso o extraordinario sino de saber mirar con el espíritu lo extraordinario escondido en lo común.
Lo que supone “mirar admirado” queda bien expresado en la invitación que nos hace el filósofo francés Jean Guitton:
He aquí al mundo ante ti, joven, ¿y que le falta para que tú comprendas? Simplemente, falta que te admires. Para hacer el mundo más maravilloso, más habitable, sólo falta transformar los ojos que lo contemplan. No es el universo el que se esconde, ahí está: siempre ahí; silencioso, mudo, no es el universo el que se escapa y se desnuda: es a ti a quien se le escapa el universo.
Aprender a vivir es aprender a mirar recreando la realidad. Hay que mirar admirando. Pero, ¿cómo aprender a admirarse? Antes de nada, parándose. Para mirar hay que pararse. La soledad, el silencio, la lentitud, el reposo, son necesarios para que nuestra vida y nuestra mirada sean propiamente humanas. Mirar sin admirar cansa. Mirar admirando es la mirada de los sabios, y ésta es la mirada que desvela lo más interesante y apasionante de la vida. Vivir la vida con sentido requiere saber mirar.
viernes, 13 de agosto de 2010
¿Cómo vivo teniendo una relación de amor y amistad con los demás?
Las relaciones de amor y amistad son importantes en nuestras vidas y muchas disciplinas han estado interesadas en estudiarlas y han postulado diversas teorías acerca de ellas. Con respecto a la amistad, el médico De la Rua nos menciona las siguientes ventajas de estas relaciones:
“Los amigos son una fuente importante de identidad, son los que saben “quiénes somos realmente” y nos aceptan tal cual (Allan 1989, Bidart 1991, 1993). También nos hacen la vida más agradable y más fácil: comparten nuestros intereses e ideas (Lazarsfeld y Merton 1954, Bidart 1991), nos ayudan tanto con las cuestiones de la vida cotidiana (Wellman et al 1988, Wellman y Wortley 1990), como con los momentos de grandes crisis existenciales (Ferrand 1993)” De la Rua, F.
Las relaciones de amistad se basan en aceptar al otro cómo es y en la seguridad de que esa aceptación y apoyo es recíproco. No hay una obligación por ofrecer algo a cambio de lo recibido. Las relaciones basadas en el amor no deberían presentar características diferentes de las de la amistad, es decir, también estarían caracterizadas por el apoyo y la aceptación mutua además de una atracción física por el otro.
PARA REFLEXIONAR:
¿qué tan complejo es construir una relación de amor y/o amistad? ¿cómo ha cambiado el significado de estas relaciones en nuestra época de Internet?
¿qué tanto somos responsables nosotros acerca de tener o no una buena red de amigos?
¿qué tan seguros están de contar realmente con amigos? ¿qué han hecho para tenerlos, o no?
¿quiénes pensarían en ustedes como verdaderos amigos?
¿cómo nos cambia la vida estar abiertos a estas relaciones?
Fuente: http://psicoblogging.wordpress.com
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