Narrar… ¿qué? Trato de hacer una especie de sumario de este largo período de mi vida.
Tengo 18 años: casa, escuela, Acción católica, oratorio. En junio obtuve el diploma de maestra elemental y, dado que estamos en guerra, solicito una suplencia. Así tengo un contacto inicial con “el dar clase” en vez de “ir a la escuela”. Años de desilusiones y esperanzas. Al final, sin embargo, puedo decir de estar a gusto con los niños de los primeros grados que tienen toda la frescura y la espontaneidad de la inocencia.
1945 – Algunos meses atrás terminó la guerra. Yo pienso en el concurso. Hay alguien que me pregunta: ¿Qué harás en la vida? Respondo: Tendré una familia, me dedicaré a la escuela, mientras en lo más íntimo me repito: En la escuela podré ¡hacer con alegría de mi vida un don! Siendo aún adolescente había leído un libro de Maria Sticco, que tenía este título y que me ha quedado fijo dentro. Cada tanto me venía entre mis pensamientos, aún más, me orientaba.
1945 – Finales de junio. Terminada la reunión de Acción Católica la asistente me propuso si deseaba participar a un curso de Ejercicios espirituales. Yo no siento ningún deseo y le hago presente que en los meses de verano ya no hay cursos. Interviene Mariuccia: “En los primeros días de septiembre yo voy a Alba a un curso de Ejercicios para jóvenes. Si quieres ir, nos hacemos compañía”. Entonces, casi como para tranquilizar a la asistente: “Está bien, iré con Mariuccia”.
Pasa julio, agosto y el 4 de septiembre Mariuccia me pregunta si todavía tengo el deseo de ir a Alba. Faltan sólo dos días para el viaje. Verdaderamente ya no pensaba y ni siquiera había hablado de esto en casa. Entonces, visto que no tenía ningún compromiso, le digo a mi madre: “Dentro de dos día voy a Alba con Mariuccia a hacer los Ejercicios”. Mamá quedó asombrada y me preguntó: “¿Dónde queda Alba?”. Yo no lo sé. Mariuccia responde: “Es una pequeña ciudad del Piamonte”.
Qué ha ocurrido en aquellos 4 o 5 días yo no lo sé: he seguido las prédicas, he orado, reflexionado.
Los nueve meses siguientes fueron caracterizados por incertidumbre y lucha, oración y sufrimiento. Cada tanto hablo con mi madre de cuanto estoy diciendo, pero ella piensa que yo no lo digo en serio. Pero las cartas de M. Giovannina y de M. Antonietta le hacen sospechar y me secuestra la correspondencia proveniente de Alba.
Las Hijas de San Pablo en aquel tiempo habían fijado para la aceptación de las jóvenes un límite de edad: 23 años y yo ya había cumplido 22. Pero poco a poco los días pasaban y dentro de mí estaba claro que aquella era la respuesta que tenía que dar a Dios. Su invitación: hacer gozosamente de la vida un don se iluminaba y me indicaba el camino. Los dos millones de personas que aún non conocían al Señor se convertían en mi sueño para el futuro. El Instituto que por acaso había conocido, era docente. No tendría un alumnado de treinta alumnos, sino el mundo entero al cual llevarles el Evangelio con los medios más rápidos y eficaces.
Desde aquel día de Pentecostés de 1946 comienza para mí una nueva vida: ¡estoy transformándome en una Hija de San Pablo! La experiencia, iniciada entonces, está todavía en curso. El Señor aquel día me ha inscrito en la escuela de su magisterio, donde él es el único Maestro, es Camino y Verdad y Vida, ¡es todo! Es un don tan grande que no se puede sintetizar en pocas líneas. Siguiendo las indicaciones y los ejemplos de Don Alberione y de Maestra Tecla, poco a poco he comprendido que yo había hecho de mi vida un don al Señor, pero él me había hecho a mí un don grandísimo: ¡la vocación paulina! Corresponder a este don significaba dejar vivir a: ¡Cristo en mí! ¿Todo lo demás? Basura, diría San Pablo. El Maestro completa su don cuando la obediencia me pide trabajar entorno a la Opera Omnia de Don Alberione y de M. Tecla. Sus palabras y sus ejemplos para mí son un continuo despertador. Y el amor a los miembros futuros de la Familia Paulina sostiene la fatiga de estudiar y transformar aquellos dactilografiados y cintas magnéticas grabadas con sus voces, en ediciones divulgativas. ¡Señor, te agradezco con todo el corazón por estos 65 años de vida paulina!
1941 – Soy una joven normal. Vivo en un pueblo de la baja Lombardia.
Tengo 18 años: casa, escuela, Acción católica, oratorio. En junio obtuve el diploma de maestra elemental y, dado que estamos en guerra, solicito una suplencia. Así tengo un contacto inicial con “el dar clase” en vez de “ir a la escuela”. Años de desilusiones y esperanzas. Al final, sin embargo, puedo decir de estar a gusto con los niños de los primeros grados que tienen toda la frescura y la espontaneidad de la inocencia.
1945 – Algunos meses atrás terminó la guerra. Yo pienso en el concurso. Hay alguien que me pregunta: ¿Qué harás en la vida? Respondo: Tendré una familia, me dedicaré a la escuela, mientras en lo más íntimo me repito: En la escuela podré ¡hacer con alegría de mi vida un don! Siendo aún adolescente había leído un libro de Maria Sticco, que tenía este título y que me ha quedado fijo dentro. Cada tanto me venía entre mis pensamientos, aún más, me orientaba.
1945 – Finales de junio. Terminada la reunión de Acción Católica la asistente me propuso si deseaba participar a un curso de Ejercicios espirituales. Yo no siento ningún deseo y le hago presente que en los meses de verano ya no hay cursos. Interviene Mariuccia: “En los primeros días de septiembre yo voy a Alba a un curso de Ejercicios para jóvenes. Si quieres ir, nos hacemos compañía”. Entonces, casi como para tranquilizar a la asistente: “Está bien, iré con Mariuccia”.
Pasa julio, agosto y el 4 de septiembre Mariuccia me pregunta si todavía tengo el deseo de ir a Alba. Faltan sólo dos días para el viaje. Verdaderamente ya no pensaba y ni siquiera había hablado de esto en casa. Entonces, visto que no tenía ningún compromiso, le digo a mi madre: “Dentro de dos día voy a Alba con Mariuccia a hacer los Ejercicios”. Mamá quedó asombrada y me preguntó: “¿Dónde queda Alba?”. Yo no lo sé. Mariuccia responde: “Es una pequeña ciudad del Piamonte”.
El 6 de septiembre Mariuccia Bossi, Mariuccia Fra y yo, con Sor Priscilla de la comunidad de Pavia partimos hacia Alba. El viaje es una aventura: las líneas de trenes están aún interrumpidas, funcionan por partes, por eso, cada tanto se deja el tren y se toma un pullman, y así hasta Alba. Allí encontramos un buen grupo de jóvenes.
Qué ha ocurrido en aquellos 4 o 5 días yo no lo sé: he seguido las prédicas, he orado, reflexionado.
Después de los Ejercicios nos hemos quedado otros dos días dialogando con las hermanas, interesándonos especialmente del apostolado. Quizás el Padre Lamera y Maestra Giovannina Boffa han complotado con el Señor. Sólo sé que al regresar tenía en la bolsa un sobre con las condiciones para ser aceptada entre las FSP, algunos folletos, la lista de la ropa y el número con el cual marcarla.
Lo lindo es que las dos Mariucce tenían el mismo secreto y en el viaje de regreso nos lo hemos confiado.
Los nueve meses siguientes fueron caracterizados por incertidumbre y lucha, oración y sufrimiento. Cada tanto hablo con mi madre de cuanto estoy diciendo, pero ella piensa que yo no lo digo en serio. Pero las cartas de M. Giovannina y de M. Antonietta le hacen sospechar y me secuestra la correspondencia proveniente de Alba.
Las Hijas de San Pablo en aquel tiempo habían fijado para la aceptación de las jóvenes un límite de edad: 23 años y yo ya había cumplido 22. Pero poco a poco los días pasaban y dentro de mí estaba claro que aquella era la respuesta que tenía que dar a Dios. Su invitación: hacer gozosamente de la vida un don se iluminaba y me indicaba el camino. Los dos millones de personas que aún non conocían al Señor se convertían en mi sueño para el futuro. El Instituto que por acaso había conocido, era docente. No tendría un alumnado de treinta alumnos, sino el mundo entero al cual llevarles el Evangelio con los medios más rápidos y eficaces.
Pero cuando digo en casa que verdaderamente he hecho una elección para toda la vida, mis padres primero incrédulos, tratan de convencerme a dilatar por lo menos la fecha. Mi familia había hecho el sacrificio de hacerme estudiar. Yo era la mayor y tenía que esperar que las tres hermanas y el hermanito crecieran. Y después, podía hacer el bien también en la escuela y en la Acción Católica, sin hacerme religiosa.
Si el Señor no me hubiese conquistado con su Palabra y con su amor, ciertamente, yo no hubiera tenido el valor de dejar mi familia en el modo que en aquel día he elegido.
Si el Señor no me hubiese conquistado con su Palabra y con su amor, ciertamente, yo no hubiera tenido el valor de dejar mi familia en el modo que en aquel día he elegido.
1946. 8 de junio. Con un pretexto cualquiera voy a Pavia. Me presento a las Paulinas y les digo que estoy preparada para partir. En casa hago llegar una carta donde simplemente les digo a mis padres que parto a Alba.
Es casi medio día cuando partimos a Lodi. Primera etapa el hospital donde ocurre el encuentro con Mariuccia Bossi, que está asistiendo a un tío. Después de un diálogo concitado, ésta es su decisión: “Parto también yo a Alba”. La caravana “de las fugitivas” deja la ciudad. Todo parece un sueño. Era la vigilia de Pentecostés y aquella tarde en el pueblo todos decían: Camilla y Mariuccia han “escapado” para hacerse religiosas.
Desde aquel día de Pentecostés de 1946 comienza para mí una nueva vida: ¡estoy transformándome en una Hija de San Pablo! La experiencia, iniciada entonces, está todavía en curso. El Señor aquel día me ha inscrito en la escuela de su magisterio, donde él es el único Maestro, es Camino y Verdad y Vida, ¡es todo! Es un don tan grande que no se puede sintetizar en pocas líneas. Siguiendo las indicaciones y los ejemplos de Don Alberione y de Maestra Tecla, poco a poco he comprendido que yo había hecho de mi vida un don al Señor, pero él me había hecho a mí un don grandísimo: ¡la vocación paulina! Corresponder a este don significaba dejar vivir a: ¡Cristo en mí! ¿Todo lo demás? Basura, diría San Pablo. El Maestro completa su don cuando la obediencia me pide trabajar entorno a la Opera Omnia de Don Alberione y de M. Tecla. Sus palabras y sus ejemplos para mí son un continuo despertador. Y el amor a los miembros futuros de la Familia Paulina sostiene la fatiga de estudiar y transformar aquellos dactilografiados y cintas magnéticas grabadas con sus voces, en ediciones divulgativas. ¡Señor, te agradezco con todo el corazón por estos 65 años de vida paulina!
M. Adeodata Dehò, fsp
Fuente: http://www.paoline.org/
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