
Me quejé de lo que me salió mal en el trabajo, pero no agradecí mis manos para trabajar.
Me quejé de tener que soportar el ruido de mis hermanos, más no agradecí por tener una familia.

Me quejé por mi salario, cuando miles ni siquiera tienen uno.
Me quejé porque no apagaban la luz de mi cuarto al buscar unos libros, pero no pensé en que muchos no tienen hogar donde tener las luces encendidas.
Me quejé por no poder dormir 10 minutos más, olvidando a quienes darían todo por tener su cuerpo sano para poder levantarse.
Me quejé por tener que trabajar al día siguiente, olvidando que muchos no tienen trabajo que les permita llevar sustento a su familia.
Me quejé porque mi madre me reprendía, cuando millones desearían tenerla viva para poder honrarla y abrazarla.
Me quejé pues tenía que dar una charla sobre Jesús a unos jóvenes, olvidando el privilegio que es poder hablar a otros de Jesús.

La vida esta llena de encuentros y desencuentros, de días iluminados y opacos. En ellos constatamos que la vida está colmada de la presencia de Dios y se compone de amor, pasión, fortaleza y superación. Las piedras que nos presenta el camino son oportunidades que Dios nos brinda para aprender a apreciarla y especialmente para vivir el día a día en actitud de agradecimiento. No perdamos la oportunidad de vivir el agradecimiento en la cotidianidad.
Fuente: Rubén Guerra
Vitaminas Diarias para el espíritu II, Editorial Paulinas